Dariusz Kowalczyk SJ
El término "gradualidad de la ley", que algunos utilizan en las discusiones sobre la moral, incluso la ética conyugal, no es totalmente nuevo. Ya en 1980, Juan Pablo II se oponía a ella, con la convicción de que el progreso (gradualidad) del crecimiento humano no debe confundirse con la "gradualidad de la ley", “como sí hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina, para los diversos hombres y las distintas situaciones” (Juan Pablo II, Homilía en la clausura de la VI Sínodo de los Obispos, 25 de octubre de 1980, 8).
La "gradualidad de la ley"representa una moral progresiva, adaptada a las actitudes y opiniones de la gente, aquí y ahora. Sus partidarios lo utilizan principalmente en el campo de la sexualidad, pero no lo aplican, por ejemplo, en el caso del mandamiento “No robarás”. Las relaciones sexuales son una “forma de comunicación” relativa y, como tal, no debe ser juzgadas a la luz de las leyes inmutables de la naturaleza humana, de la que, de hecho, niegan la existencia.
Con respecto al matrimonio, la "gradualidad de la ley" estaría justificada desde el siguiente punto de vista: Hay una variedad de relaciones – heterosexual, homosexual, polígamo, monógamo –; y la gente puede vivir cada una de estas relaciones y todavía estar en armonía con el Dios revelado en Jesucristo, a pesar de que el ideal es el matrimonio monógamo estable entre un hombre y una mujer, abierto a la vida. Estos puntos de vista son acompañados por un discurso sobre la misericordia, que se contrasta con los mandamientos. A veces, tratan de apoyar la "gradualidad de la ley" con citas de las Escrituras, por ejemplo, con las palabras de Jesús: “¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!” (Lc 11:46). Sin embargo, cuando se toman todo el Evangelio y la Tradición de la Iglesia en su totalidad, la "gradualidad de la ley" no es reconciliable con ellos. De hecho, la disciplina hipócrita es una cosa, y llamando al pan pan es otra, incluso cuando llamamos pecado un pecado.
La ley inherente a la naturaleza de las criaturas y la revelación de Dios no es progresiva, y el sentido de la aventura humana no es pasar por sucesivas encarnaciones, sino tomar decisiones responsables ante Dios y ante los hombres. La misericordia, por otro lado, como Cristo la reveló a nosotros, no es la no es el difuminar “gradual” de la voluntad de Dios, sino su proclamación “a tiempo y fuera de tiempo”, aun a costa de la vida, como un bien para cada persona.